
Aunque EE. UU. es sin ninguna duda un “país de inmigrantes”, la llegada de nuevos ciudadanos siempre ha creado tensiones con los hijos de los que desembarcaron antes. A pesar de esto, los datos muestran que los 43 millones de inmigrantes que viven actualmente en EE. UU. y sus 39 millones de hijos estadounidenses hacen una contribución fundamental a la economía del país, incluso los que están allí ilegalmente. Los mitos que asocian inmigración a delincuencia o a abuso de los servicios sociales son eso, mitos.
Cuando se dice que EE. UU. “es un país de inmigrantes” es mucho más que un cliché. Solamente un 1,5% de la población desciende de los nativos americanos, lo que quiere decir que un 98,5% tiene su origen familiar en otra parte del mundo. Los fundadores del país eran principalmente descendientes de los británicos, holandeses y suecos que se establecieron en la Costa Este a principios del siglo XVII y que casi de inmediato empezaron a comprar esclavos negros traídos a la fuerza desde África. Pero esto fue solo el principio.
Los recién nacidos Estados Unidos de América decidieron por ley en 1790 darle la nacionalidad a toda “persona blanca de buen carácter” que residiera durante dos años en su territorio. Solo entre 1820 y 1920 llegaron legalmente a EE. UU. casi cuarenta millones de inmigrantes, casi todos europeos: primero irlandeses y alemanes, luego italianos y austrohúngaros, más británicos, rusos… Se calcula que cuatro de cada diez estadounidenses tienen sus raíces en Ellis Island, el islote junto a la Estatua de la Libertad que sirvió de puerta de entrada a millones de europeos entre 1892 y 1954. Desde los años sesenta, la mayoría de los inmigrantes de EE. UU. son latinoamericanos.
Los ataques contra los inmigrantes o su utilización política son casi tan viejos como el propio país. El partido político xenófobo Know-Nothing (‘Saber nada’) nació a mediados del XIX con un programa radical contra a la inmigración, fundado por descendientes de colonos protestantes enfurecidos por la llegada de millones católicos alemanes e irlandeses. A finales de siglo esos irlandeses ya tenían tensiones similares con los italianos que desembarcaron en Nueva York y hoy los nietos de esos italianos avalan con su voto el discurso antinmigración de Trump. La historia de EE. UU. es un largo “el último que cierre la puerta”.
¿Quiénes son hoy los inmigrantes en EE. UU.?
43 millones de personas en EE. UU., un 13% de la población, han nacido en otro país. De ellos, el interés político se suele centrar en algo más de once millones que están ilegalmente en EE. UU., pero conviene recordar que son más los trece millones que tienen los papeles en regla y los veinte millones que ya han obtenido la nacionalidad estadounidense. Además, hay otros 39 millones que son estadounidenses hijos de migrantes, a los que se conoce como “la segunda generación”, otro 12% de la población.
Hay muchos inmigrantes, pero desigualmente repartidos: más de la mitad están concentrados en un puñado de estados. En California, el más rico y más poblado del país, uno de cada cuatro habitantes ha nacido fuera de EE. UU. y la mitad de los niños tiene al menos un padre migrante. Solamente en el condado de Los Ángeles, el 36% de la población no es estadounidense de nacimiento. Además de California, los otros tres estados con más población inmigrante son las otras locomotoras económicas del país: Texas, Nueva York y Florida. En todos ellos los inmigrantes superan el 10% de la población, mientras que en otros 43 estados el porcentaje de población inmigrante no llega al 3%.
Los inmigrantes “sin papeles” en EE. UU.
De esos once millones de inmigrantes que están en situación irregular, casi la mitad son mexicanos y otro 15% más viene de América Central. Al igual que los “legales”, los inmigrantes irregulares se concentran en apenas un puñado de estados y el 60% vive en una veintena de grandes ciudades. Aunque reciben más atención política que nunca, lo cierto es que el número de “sin papeles” está bajando. Entre 1990 y 2007 su número se triplicó, pero desde entonces ha descendido un poco porque vienen menos mexicanos y muchos de los que estaban en EE. UU. han decidido regresar a su país. Los expertos lo achacan a que hay menos empleos de baja cualificación para ellos, al endurecimiento de las políticas migratorias y al descenso radical de la natalidad en México.
Aunque el retrato del “sin papeles” siempre lleve asociada la imagen de una persona vadeando el río Grande —que en parte de su recorrido sirve de frontera entre México y Texas— en mitad de la noche, solo el 38% de los inmigrantes en situación irregular han cruzado la frontera sin permiso. La gran mayoría, más del 60%, entró en EE. UU. con un visado y simplemente se quedó más allá del tiempo estipulado. Los “sin papeles” tampoco son recién llegados: dos de cada tres llevan en EE. UU. más de diez años, aproximadamente la mitad habla bien inglés y uno de cada tres se ha comprado ya una casa en su país de acogida.
Muchos políticos actuales los demonizan, pero la contribución económica al país de los “sin papeles” está fuera de toda duda: solamente en impuestos locales y estatales pagan más de 10.000 millones de euros al año, alrededor de un 8% de sus ingresos reales, mientras que el tipo efectivo de los más ricos de EE. UU. está en el 5,4%. A muchos les deducen además impuestos de la nómina porque dan un número de identificación fiscal falso y al menos la mitad de los trabajadores inmigrantes “sin papeles” eligen voluntariamente presentar la declaración de la renta todos los años por si en el futuro les beneficia de cara a una regularización. Aportan anualmente al sistema de pensiones el equivalente a 12.000 millones de euros cuando reciben menos de 900 en pagos. Y todo a pesar de que están excluidos por ley de la inmensa mayoría de las ayudas sociales.
Por si fuera poco, aunque los “sin papeles” representan solo el 5% de los trabajadores en EE. UU., su trabajo es absolutamente fundamental en varios sectores clave: son al menos la mitad de todos los recolectores agrícolas y el 15% de los que trabajan la construcción. Si todos fueran deportados mañana, el país tendría un grave problema de salud pública, ya que representan además una cuarta parte del sector de la limpieza. Solamente en Nueva York el 70% de los inmigrantes en situación irregular trabajan en industrias consideradas “esenciales” durante la pandemia de coronavirus, como la sanidad o el cuidado de ancianos.
La idea de que estos inmigrantes hacen los trabajos que los estadounidenses no quieren parece tener fundamento. La mitad de los “sin papeles” no ha acabado la educación secundaria, y las diferencias con los estadounidenses con similar nivel de estudios son abismales: casi el 90% de los primeros trabajan frente a menos del 60% de los segundos. La primera explicación es que los inmigrantes irregulares buscan empleo mucho más activamente, ya que no tienen acceso a ayudas sociales. Además, delinquen mucho menos que los estadounidenses nativos. Todo ello sin que se haya podido demostrar que su presencia en el mercado laboral haga bajar los salarios de los demás trabajadores.
Los propios estadounidenses parecen ver esta realidad, a la luz de sus opiniones sobre los inmigrantes irregulares. Casi el 80% cree que los “sin papeles” ocupan los empleos que los nativos no quieren, una opinión que comparten tanto los votantes republicanos como los demócratas. A pesar de esto la mayoría cree que el Gobierno no debe incluirlos en las ayudas a los que han perdido su empleo durante la pandemia, por ejemplo, aunque el 84% de los inmigrantes en situación irregular tiene un empleo que no le permite teletrabajar.